En la pluma de Nicolás Cortes
Puede
que la historia nos haga viajar a un territorio lejano. A forzar la memoria a un trabajo arduo, donde
la vista, de tanto revocar, tienda
a perder hasta su última pestaña.
En otras historias recorrimos calles de tierra y barro con mucha nostalgia. Es
esta avenida, que está por venir, mucho más familiar y cercana, por asfalto,
sea quizás, para toda la familia cuerva, la más afectiva, por pertenecer al último
hijo prodigo.
Recuerdo que lo conocí de vista, sobre la vieja cancha de hándbol del club. Por ahí,
donde hoy hay canchitas de césped sintético, un niño delgado con apariencia de
fragilidad, gambeteaba todos los mosaicos incluyendo las líneas con brea antes
que juegue la primera. Como todos los destacados, con pinta de poco y nada. Hasta
que tendía a iluminarse. O hasta que se
enojaba. Ese comportamiento que a veces nos lleva a exponer los límites
desconocidos. Pues allí, sabíamos que no era un chico cualquiera, no era una
golosina más en la piñata.
Mientras
tanto, alejado de los nidos, el hijo del
arquero titular del Club Atlético Central Norte, en esos tiempos, se recluía
junto a su círculo íntimo. Jugaba con los amigos de la zona, primero por
Cerrillos, luego en el barrio Bancario, por la zona sur, allí donde se sentía segurIdad, donde podía
levantar la mirada y esbozar alguna sonrisa sin sonrojar. Porque si hay un
rival al que le costaba eludir, desde siempre,
fue a la timidez. Tenía más vergüenza que zurdo jugando de cuatro. Tanto
decir, que se negaba a concurrir a un club. Pudieron mas las suplicas amistosas.
Porque a decir verdad, cuando se trata de futbol, los mejores jueces son tus
amigos. Ellos saben quién juega bien, quien debe estudiar y quien debe llevar
la pelota para poder jugar. Quizás sean crueles esos momentos, pero ellos son
infalibles a la hora de señalar quien es su líder. Solo que en un principio,
este líder, necesitaba un envión. Algo así como el empujón del diablo que le
permitiese disimular ese síntoma de autismo.
“Si juego en un club, quiero jugar en Central.” Esa frase, dicha a todo
su entorno desde su niñez, quedó
retumbando durante años en su cabeza como deuda pendiente. Porque cuando todo
comenzó, por cuestiones del destino supo dar su salto formativo en el club
Gimnasia y Tiro. En esos años, un club modelo en organización deportiva. Fue así
que un tal Cristian Zurita tenía nombre y apellido propio en el mundo del
futbol. Comienzos de delantero goleador, luego ubicado en el medio campo. Resucitado
por el profesor Carlos Gómez, cuando se dudaba él. De un notable pase corto, figura delgada,
alto, con zancadas de fondista y motor
turbo diésel. Un cerebro silencioso de notable orden, con notables similitudes
al catalán Sergio Busquets. Pronto vieron sus virtudes y fue detectado por los
Seleccionados Argentinos Juveniles, de allí, San Lorenzo de Almagro y toda la demás
cosa seria.
Cosa
seria había sido ese chico que luego
jugó en los grandes escenarios. Había cumplido el sueño de todos, al
menos la mayoría varonil. Futbol profesional, élite mundial, campos de finas
hierbas, viajes en primera clase,
indumentaria de regalía en grandes cantidades, calzados a gusto y disgusto, en
formas y colores. Pues nombro todas las cosas que el simpatizante común suele
comentar. Pero no se engañen, que tras esa figura de tapa de diario, hubo mucho
esfuerzo. Créanme si les digo que es más probable ser un profesional académico
que un futbolista en serio. Porque al entusiasmo, hay que agregarle el esfuerzo
y rogar que la naturaleza te haya instalado el chip del innato competidor. Una
fuerte mentalidad, coraje, talento, constancia, paciencia, humildad. Una buena
mujer, un entorno familiar afectivo y equilibrado. Por eso tienen gran
influencia Raul, su padre, Margarita, la “Maga”, su madre, Romina, su mujer de
acero que lo acompaña a sol y sombra,
Thiago, Mateo, July, Pancho, sus hijos. Quiero decir con todo esto, que “Lula”
Zurita no se hizo de la noche a la mañana ni fue resultado del azar. Nadie deja
huellas profundas porque sí, por Salta,
por Buenos Aires, por Santa Fe, por Turquía.
De
repente lo tengo frente a frente, jugando un picado semanal, en el mismo equipo
o de rival. Tiene la pasión de toda esta gente que hizo de esto su profesión. Creo
que late de acuerdo al movimiento del balón. Como los relojes automáticos. Así
vive. Nos sentamos a tomar una bebida luego del partido, con todos aquellos
pensadores del juego. Y respira futbol. Ama Central Norte. Lo desborda. Pasan
las horas y habla de jugadores. Anécdotas. Historias. Jugadas. Táctica. Suena
muchas veces de su boca, Bielsa. Messi.
Maradona. Barcelona. Le gusta el buen futbol, como el buen vino y el asado.
Pero reitera que desea ganar. Juega como habla. Pausado, punzante, preciso. Nunca
para de jugar. Es un niño, confiado de la gente, modesto, generoso. Son valores
que están detrás de todo tipo exitoso. Regresa con Maradona. Cuenta que lo vió
en persona y lo dejó mudo. Más aun cuando Diego lo saludó con nombre y
apellido. Que tiene el don de la atracción. Que solo le había sucedido en la
visita del Papa Juan Pablo II y con él.
- Buen día, quienes son ustedes señores?
- Soy Fernando Yapura,
él es Miguel Castilla, pero a mi dígame “Pantera”
y a él “Cayin”.
- “Pantera”, “Cayin”, a quien buscan?
- Buscamos a Cristian Zurita.
- A la ¨Cobra?
- A Cristian.
-¡¿Que Cristian?! La
Cobra Zurita! ¡Que boxeador!
Al
señor le decían, la cobra. Según el popular utilero de la Selección
Argentina y de San Lorenzo, el “Loco” Galíndez,
el salteño se presentó en el club como un eximio boxeador, con derecha de
temer.
Sigue
hablando de futbol. Delira por los cielos con que el cuervo vuele alto.
Recuerda a Romario, elogia a Pellegrini, y reniega como todo perfeccionista, de
cada pelota que perdió o no pudo ser. No se olvida de ningún viaje que haya
hecho siendo futbolista de San Lorenzo, Independiente o Colon, para ver a
Central. Casi todo lo que viste es negro
o blanco. No son puras palabras, ni demagogia, ni populismo. Me cuesta entender
tantas vivencias, experiencias, inteligencia superior al promedio y su
extremo fanatismo. Le reitero, mirándole
a los ojos, convencido, que le jugó una
mala pasada en su mente y repercutió en su cuerpo, tanto exceso de pasión, en
su paso por el club de sus amores. Conociendo su paladar, le quedó un gusto
agridulce. Aun así se reconforta con semejante viaje con la pelota. Se relaja mirando el horizonte y siente
gratitud.
Amigo
de sus amigos, escasamente expresivo, de corazón inmenso, anda por la sombra, por
los sitios poco concurrentes, a imagen de su perfil bajo, con la banda de
Argentinos Juniors. Seguramente, escuchando algún
cuarteto de fondo, a volumen bajo, despacito. Aunque en ningún momento, Cristian Zurita se
saca los botines. Conduce y duerme con ellos. Futbolista de profesión ejerciendo
o no, se dice que le evitará gastos al Estado, porque nunca se jubilará. Porque es su esencia, porque así aprendió a
vivir, sin mucha cáscara, con mucho civismo,
siempre dispuesto a dar más que a recibir. Ojala que algún memorioso y
lúcido líder, considere al hijo pródigo de la casa negra, como lo merece. Mientras tanto, el héroe del silencio, embajador provincial, ciudadano ilustre, deambula por
las calles de Salta, con ganas de
dirigir o al menos permitirse enseñar lo invalorablemente vivido.
Por Nicolás Cortes