Una nueva nota de Nico Cortes
EL JARDINERO FIEL
(En
agradecimiento a Felipe Carreras, por su vida dedicada al Club Atlético Central
Norte, por su legado, por enseñarnos que la vida, es algo más que vivir.)
Por Nicolas Cortes
Una vez te vi. Estabas verde de verde, con el
rocío cubriendo tus cabellos. Eras inmenso, desperfecto, con un poco de matas, otro tanto de yuyos,
unas cuantas perdices entre más pasto que césped. Mientras te caminaba,
respiraba tu aroma, el perfume a humedad, la tierra mojada, con el pasado
desnudo esperando que el futuro te vista, junto a unos arcos de blanco,
añorando las caricias.
Pisar el césped de la casa, era un privilegio.
Con la vista a los cerros, las campanadas de la iglesia, los ruidos de los pájaros
con los testigos de los viejos, esos aquellos, que cada vez que entrabas, a la
hora que fuere, en el día que sea, se inmolaban bajo la copa del árbol, entre
piedras. Como esperando que los antiguos y buenos tiempos volviesen. Como
detenidos en el reloj, aguardasen el regreso, de los papelitos, los blancos,
los negros, y los artistas gambeteando por gloria, jugando por honor,
transpirando por dignidad.
Entre esos viejos, término afectuoso de hábito
oriental a semejantes personajes, pellejos de sabios, estaba el dueño del
jardín. Mirada noble, entre cejas tiernas y honestas. Peinado de serie
caballero, con las manos latentes por hacer, con el lomo listo, para rechazar
el recibir y ofrecer el dar. San Felipe levanta los rastros de basura, tan a
diario como su exhalar. Pareciese que todavía siente el aire por todos lados,
pero su oxígeno se encuentra aquí. En sus pasos por el lugar, deja huellas sin
querer ni queriendo. A su tiempo, a su modo, sin ruidos y escasas palabras, el
hombre inmortal, recorre cada rincón del club, con la devoción intacta, con el
afecto que el profeta entrega a su hogar.
De repente, se agita. Se detiene. Se sienta en
las primeras gradas y observa. Por sus memorias pasan décadas, imágenes,
personas, anécdotas. Se jura asì mismo, que vió jugar a Morales, Sandez,
Sueldo, Encina, Dávila, Sanchez, Cuadri, Ponce, Ávalos y Cortés. Regresa al
presente. Entre pestañeos y suspiros, logra desprender un pedazo de pasto
desagradable de manera artesanal. Teje a mano un pedazo de alambrado roto.
Presiona un clavo suelto sobre una madera, retoca una pintura, sujeta un ladrillo,
arregla, limpia y vuelve a respirar.
Cuando la tarde se pierde y la noche quiere
golpear sus hombros, se rehúsa a despedirse. Ingresa por el túnel, se persigna
y siente en su suela, el piso del campo. Comienza por las áreas, sigue por la
parte central y norte. Vuelve a agacharse y arranca unos yuyos malignos. Repasa
los bancos de suplentes. Se agita. Se detiene. Me preocupa. Vuelve al área,
antes de pasar por los banderines. Se asoma a los palos. Parece abrazarlos. Se
arrodilla, besa el piso. De a poco se va marchando, sin mirar las escalinatas.
Vuelve a observar el campo. Sus ojos se tiñen de negro con verde. Lo siente
propio. Como suyo, lo respira.
Hay gente que deja de ser gente en los lugares
místicos. De gente, se hacen mentes, con cuerpos decentes, y de tanta paz con
sentido común, de tantos aciertos y bondades, se hacen mitos. Los mitos
rechazan los premios, los vanos elogios, la suerte. Este tipo de ser, perdura
con el tiempo, mejor que los vinos y los arboles, como el viento. Viejo viento
de soplidos eternos, si serás ejemplo, que la muerte te teme, la vida te
respeta y los años te veneran.
Llega la noche, junto a ella, las sombras, la
casa cierra sus puertas y el jardinero fiel, señor de señores, lleva su lumbre
por calle Brown, esperando que el amanecer lo transporte de nuevo a su paraíso,
el jardín. Voy tras él, pensando en preguntarle, si esto no es amor, ¿qué
carajo es?
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FELIPECARRERAS