Por Nicolás Cortes para La Voz del CuervoDe repente caía un centro de otro estadio.
De esos que llevan media fuerza, medio efecto, media altura, a la perfección.
Porque el partido era más aburrido que ir al supermercado con la madre. Cuando
nadie daba un peso por un gol, cuando se veía más asperezas que bellezas,
apareció de la nada un pez.
Digo, que en medio de la multitud del
estadio Dr. Luis Güemes, bajo una tarde de intenso calor, sin una pizca de
agua, como hábitat ideal, evitando todo ruido y molestia, un tipo de contextura
delgada, con rostro de bondad y apariencia de monaguillo, impactaba de cabeza hacia el arco
rival, desplegando la cortina de red.
Es que Edmundo “Pescao” Ailán tenía en su
sangre el ADN de los letales. Pudo haber sido el mejor de los sicarios. Tal
vez, una eminencia de cirujano, o un gran piloto de avión. No le temía al
riesgo. Le gustaba la adrenalina. No aparentaba serlo, pero lo era. Golpeaba en los momentos menos pensados. Sin excesos
de fuerza, ni de exageraciones. El pez del norte habrá sido la copia original
del español Raúl.
Lo conocí en persona, un día domingo previo
a un juego. Mi tío Eduardo, sabía que
era el diamante a pulir y lo invitó a casa de mis abuelos. Era el sitio ideal
para inspirar leones. Allí se respiraba futbol a sol y sombra. Recuerdo que lo
observaba todo el tiempo. Como no, si era el mesías de mi equipo. Tenía gestos
notables de modestia, un perfil bajo llamativo ante semejante talento. De a
poco el hombre tomaba comodidad y desprendía una tenue sonrisa. Mientras tanto,
escuchaba la historia del club, miraba las fotos de los años de oro y se
imaginaba como seria subirse al alambrado mirando de arriba la alegría de los
tuyos.
Pero si habra hechos desastres de wing, o
en el área. A mi me gustaba de nueve. Recuerdo un partido. Centro de Giannoboli,
la baja de cabeza el ¨Búfalo¨Coria y nuestro animal Edmundo acaricia hacia la
cueva. Vestido todo de negro, calzado con lustre hasta las trenzas y los ojos
grandes esquivando carnadas y rivales. Hizo tanto lío, que en el apogeo de
Gimnasia y Tiro, se lo llevaron junto a José ¨Panza¨Videla para reforzar al Millonario.
Pero Edmundo, llevaba sangre negra. Llevo
sus goles a cada sitio que fue. Luego un tiempo por Cordoba. No voló mas alto
porque siempre quiso nadar cerca de su tierra. Vinieron
las lesiones, y las malas rachas. Tras un paso por la B¨ Nacional, regresa al Club
Atlético Central Norte.
Cada tanto, algunos chicos de las
divisiones menores teníamos el privilegio de practicar con la primera. Ídolo de
muchos como de Martin Ramos, con quien compartió plantel. Recuerdo que más que
a la pelota o al profesor, hubo un día
en especial que lo observé solo a él. Los grupos de dividían de acuerdo a las
edades. Junto a él estaba Gorniak, Macchi, Segerer. Pero sus ojos estaban
diferentes. La mirada del resto aun seguía hambrienta, pero la suya estaba
ausente. Allí supe que no había más mares ni ríos que recorrer. Habia sido su
ultima practica. Sus escamas estaban diciendo adiós.
De
todas, me quedé con la imagen del “Pescao” subido al alambrado con la boca en
forma de O. De ese zurdo pícaro y picante, despierto, mortal en el área, que me hizo gritar y levantarme como nunca
nadie. Es aquí mi recuerdo a su persona. Por hombre de bien, por los amores de
goles. Por ser de esos héroes del silencio. Si alguien lo ha visto, por tierras
de Güemes, si por ahí, saben quién es, pero no supieron qué hizo, háganle saber
que muchas veces provocó el maravilloso milagro de sonreir abrazado a
desconocidos.
Foto Gentileza: Archivo El Tribuno