Carlos "El Pollo" Tejeda
Hay apellidos que tienen una fonética especial. Que
se escriben con negrita. Que en
determinados ámbitos, se subrayan. Se suelen destacar ya sea por el
tipo de sangre o por la forma de caminar. A diferencia de los caballos,
cuando las piernas vienen medio chuecas, se cotizan en oro.
Delgado, piernas en pose de galope, como de fábrica, presto a
triunfar. Sonrisa natural en cada saludo, una voz tenue y muy respetuosa. La mirada
tierna pero siempre ganadora como todo ser competitivo.
De repente, con los botines puestos empieza a trotar. A pesar de los años, esas
piernas tienen la vigencia de las leyendas. Siempre le queda algún
vestigio de talento. Ese viento que se expira hasta el último día. Golpea
la pelota como si nada. Como suelen hacer los especialistas, un
movimiento mecánico, el apoyo firme, el pie intacto. El balón en gratitud.
El entorno amateur siempre atento. Es que el hombre había pisado los
grandes escenarios.
Quizás le diga poco como orientación, su nombre Carlos. Porque al hombre
lo identificaron en el mundo del futbol por su apodo. Si digo “Pollo” Tejeda
les dirá un montón. Casi como su garra, y su temperamento.
Defensor zurdo, que desde adolescente fue llevado al Club Atlético Boca
Juniors. Pues era todo un indicio que la cosa venia en serio. Toda su etapa
formativa en el club de la ribera, momentos intensos, amigos inolvidables como
Marcelo Trobbiani, quien tuvo la iniciativa de enseñarle a gambetear
delanteros.
Llegado el punto de madurez, luego del debut y unos partidos más, se
vino al norte. Lo recibe el club Policial, en ese entonces con un
gran equipo. Luego su gran amor Central Norte con quien asciende a la
“B” Nacional, luego Gimnasia, Juventud. En Jujuy, Zapla, de
gran campaña,
con quien comparte cancha y amistad con el “Cuchillo” Ibáñez, luego Gimnasia.
Al tiempo vienen de Córdoba y se lo lleva Belgrano, para salir
campeón después de muchos años sin logros.
En tiempo presente se lo ve detrás de un mostrador, con la etiqueta del banco
Macro en su pecho, con los bigotes impecables, con la apariencia que nunca nada
pasó. Pero pasó de todo. Toda esa vida sanamente envidiable, las
vivencias de un futbolista que supo aprender
a jugar dentro y fuera del campo. Sus experiencias, su humildad, sus modos.
Llega el domingo, y como todo cuervo se viste de traje negro y se sienta en las
gradas. Seguro que siente nostalgia. Pues toda su vida
tocó un instrumento, y que ahora al menos, lo regocija verlo rodar.
Recuerda con tristeza la muerte joven de su padre. Las manos de su madre. Se
seca las lágrimas y sonríe con las fotos de los nietos. Habla con
orgullo de sus hijos, Verónica, Laura, Valeria y Carlos Enrique
(Pollito), un talento que desistió en sus primeros pasos de profesional. Admira
con amor y respeto a su mujer Monica Lopez. Respira, mirando para atrás y se
siente satisfecho. De todos modos, sigue deseando la vida. De reojo
observa su tobillo, implorando que mejore. Cuando la pantalla del
televisor, ilumina con un verde césped,
enfoca allí toda su atención.
Carlos “El Pollo” Tejeda tiene las vendas puestas,
la canillera lista. Aun con dolor, escucha los ruidos de un túnel que lo
llama. Huele aceite verde, toca las medias de hilo, las casacas
transpiradas. Recuerda al peruano Meléndez y quiere salir a jugar. Me jura
que parece que fue ayer. Cruza la calle en diagonal como tirando el off side. Esquiva
las baldosas rotas como al rival. El señor vive en un mundo
rectangular. Aprendió de la calle y del futbol. Se recibió de sabio y
capitán. Antes conducía el barco, ahora mira el mar y hacia el norte, se
deja llevar.
Por Nico Cortés
Foto: Alentandooo
CAPITANTEJEDA